He vuelto. Como lo prometí, he estado escribiendo las historias para publicarlas en el foro un poco más rápido. La verdad he pasado la mayor parte del día durmiendo. Luego del último hilo ya no supe de mí. La noche fue tan callada y aquí en mi pequeño rincón del mundo, llueve y todo está helado; es el clima perfecto para dormir. Entré y salí de mis sueños toda la noche. Algunos eran recuerdos. Otros no tenían sentido. Muchos de ellos trataban de Beau. En uno, estaba cayendo.
No puedo decir que esto me esté consumiendo, pero de verdad me pesa en la mente. Mi cabeza duele mucho, el dolor viene y va, pero cuando viene, es horrible. Hay un zumbido en mis oídos tan intenso entonces, que he terminado por apreciar esos espacios de silencio absoluto que aparecen de pronto. Sólo ha ocurrido una vez hoy, el silencio.
Lo siento, tal vez suene demasiado lastimosa, sólo quiero detallarlo todo, tanto como me sea posible, por los lectores que me han acompañado hasta aquí. Si no fuera por estas sesiones de escritura, creo que a estas alturas ya hubiera decidido internarme en algún lugar. No puedo evitar pensar que hay algo al respecto de estas historias, que si las dejo desaparecer ahora, nunca las volveré a encontrar.
Sé que he prometido escribir Beau y los Robaniños, pero creo que es necesario hablar de algunas cosas antes, así que sin más preámbulos, esto es:
Vox y los buscadores
Antes de que todo esto comenzara nunca me había dado la oportunidad de recordar. Mi tiempo con Beau era sólo otra parte de mi niñez, algo en lo que pienso cada vez menos. Creo que alguien me pidió, la noche anterior, que elaborara un poco más sobre mi vida y este es un buen momento; no hubo nada extraño en la forma en que crecí. Mi padre nos dejó a mi y a mi mamá antes de que yo naciera (no sabía que mi mamá estaba embarazada para ese momento), pero el divorcio fue muy civilizado y yo veía a mi papá cada fin de semana, en las vacaciones y el verano. Él es una buena persona, de la misma forma que mi madre; simplemente fue una de esas relaciones que no lograron darse, pero nunca dejaron de querernos, ni a mí ni a mi hermano. Además de eso, éramos una familia normal, como cualquier otra en este país.
Ahora que me he tomado el tiempo de escribir las cosas y examinarlas, pude verme a mi misma, creciendo y cambiando. Los juegos que Beau y yo jugábamos tuvieron un efecto en mi, así hayan sido reales o no. Tal vez me estaba convirtiendo en un ser humano real, capaz de razonar, en lugar de las pequeñas fierecillas que en realidad somos cuando niños. Tal vez Beau me estaba enseñando algo. Aún así, no creo haber platicado lo suficiente de nuestros juegos y de la forma en la que cambiaron mi percepción del mundo que me rodeaba.
Beau amaba jugar a las escondidas. Amaba probar que podía cazarme y encontrarme en cualquier lugar en el que se me ocurriera esconderme. Mamá siempre se preguntó por qué me sorprendía tanto que Beau pudiera encontrarme. Para ella, Beau era un producto de mi imaginación. Yo amaba jugar con él, verlo feliz me hacía feliz. Mi peligrosísimo amigo, ególatra, feroz, psicótico y robavoces, pero mi amigo a fin de cuentas.
Un día le pregunté a Beau porqué le gustaba tanto jugar a las escondidas.
—¿A ti no?, tu especie siempre está jugando este juego.
Le pregunté qué quería decir con eso. Nadie que conociera disfrutaba de esconderse. Sólo cuando jugábamos, o cuando estábamos en peligro, cuando no queríamos ser encontrados. Me regaló otra de sus enormes sonrisas y se inclinó para hablarme al oído. En retrospectiva, me inquieta mucho que sus labios nunca se movían al hablar.
—Esta es la razón por la que siempre pierdes, Jeep: no entiendes cómo se juega. Tu especie puede ser muy buena para esconderse, pero ser un buscador es mucho más divertido. Hay muchísimas cosas que quieren encontrarte. Si jugamos, puedo mostrarte, pero tú te escondes primero.
Tal vez era joven e impresionable, pero también había comenzado a ser un poco más inquisitiva.
—Creo que estás buscando un pretexto para jugar.
—Abre tus sentidos —dijo en un tono que sonaba casi como una orden, —veámos qué te encuentra primero.
No sé muy bien a qué se refería con eso, pero se dio la vuelta contra una pared y comenzó a contar. Las sombras lo volvieron un poco difuso y además rodeó su cabeza con sus enormes manos, dejando claro que no estaba espiando. Era el fin de la conversación, si insistía sólo terminaría perdiendo el juego, así que empecé a correr. En realidad, el día lluvioso me había dejado con pocos escondites. Mi abuela, que se supone se encontraba cuidandome, estaba dormida en la sala y sabía que las elecciones obvias, como las alacenas o los closets, serían el primer lugar en donde Beau buscaría y que con estas condiciones nunca solía esconderme en el cuarto de huéspedes, que parecía tan obvio que seguro ahí no buscaría.
Parte del truco para ganarle a Beau consistía en confundirlo. Sabía que seguía rastros metódicamente, hasta que terminaban, no importando por qué o en dónde. Tomaba plena ventaja de esta obsesión. Abrí y cerré la puerta de una alacena mientras andaba, sólo para dejar que lo escuchara. Dejé un montón de ropa para lavar en el suelo de mi cuarto, el suficiente para dar la impresión de que una niña podría caber debajo y entreabrí la puerta del cuarto de mi hermano para que pareciera que justo alguien había dejado de vigilar. Estos rastros falsos lo frustrarían, tal vez dándome oportunidad suficiente para cambiar de escondite.
El baño en el cuarto de invitados no solía ser usado y siempre estaba lleno con las toallas de invierno y pequeños jabones de muchos hoteles; olía a vainilla. Entré de puntitas y cerré la puerta detrás de mí, antes de meterme en la tina y cerrar la cortina para esconderme. La única luz venía de una pequeña lámpara de contacto con forma de concha de mar. No estoy seguro de por qué la teníamos ahí. Acostada en la bañera y echa un ovillo, cerré mis ojos y me concentré en mi respiración para no delatarme y poder escuchar a Beau mientras avanzaba por la casa.
Ahora, obviamente, el Rey Cazador Guerrero del Lugar Callado no iba a permitir que una niña de cinco años se la jugara, pero puede que se divirtiera tanto durante el juego como cuando ganaba. Lo escuché abrir una serie de puertas de alacena y cajones. Beau me estaba dejando saber, con ese sonido, que el juego había comenzado. Intenté escuchar más, por encima de mi corazón acelerado y no pasó mucho cuando escuché un tipiteo en la puerta del baño. La perilla de la puerta tembló, el suelo crujió al responder al peso de alguien deteniéndose delante.
Esto me extrañó. Beau nunca había necesitado abrir ninguna puerta. La única vez que llegó a molestarse, lo hizo mientras nos encontrábamos jugando al teatro. La puerta se abrió y lentamente giró sobre sus goznes, libre, hasta chocar con el freno fijo al suelo. Justo entonces consideré que quiénquiera que hubiera abierto la puerta, podía ser alguien más. Me concentré en escuchar, mis esfuerzos me devolvieron una respiración lenta, difícil, ajena.
Con tanto miendo como llegué a sentir, me obligué a abrir los ojos, sin moverme. Desde donde estaba podía ver solamente una parte de la cortina y del techo, arriba de la regadera. No me atreví a mover un solo músculo para mirar mejor, pero pude ver cómo algo se encontraba entre la luz de la concha del baño, formando una sombra muy débil, apenas visible.
—Vox, ¿amor, entraste aquí?
La voz pertencía a mi abuela. Temiendo ser castigada, casi respondo, pero lo que Beau me había dicho detuvo mi voz al instante.
—¿Querida?
El ser se arrastró sobre el suelo de mosaico, casi al mismo ritmo al que lo harían los pasos de mi abuela. La silueta era casi del mismo tamaño que el de ella y aún así, me encontraba helada delante la posbilidad de que eso era casi mi abuela; algo que estaba jugando con mi confianza en un esfuerzo por hacerme salir. Bien podía tratarse también de una nueva treta de Beau y si era así, no le daría la satisfacción de engañarme.
—Ah, ya veo. Estás jugando con tu pequeño amiguito, ¿verdad?, ¿cómo dices que se llama, Bob? ¡Sal de donde quiera que estés, Bob está aquí y quiere verte!
No podía ser Beau. Su vanidad nunca le hubiese permitido jugar con su propio nombre. Desde su perspectiva, todos en el universo tenían la obligación de aprender y pronunciar correctamente su nombre. En ese momento, desde la cocina, pude escuchar una alacena cerrándose de pronto. Beau aún me estaba buscando, eso significaba que estaba a solas, con la cosa con la voz de mi abuela.
El ser hizo una pausa al escuchar la alacena. Se arrastró más cerca de la tina. Entonces pude escuchar otra cosa. Era un tono muy bajo, no era tan fuerte como para llamarlo una vibración y era apenas lo suficiente como para creer que se trataba de mi mente. Por alguna razón, el sonido hizo que mi estomago se hicera nudo y mi corazón se disparara como si quisiera salir corriendo desde mi boca.
—Vox, esto no es gracioso. Voy a contar hasta tres y si no has salido cuando termine, voy a tener que contarle de esto a tu mamá cuando llegue.
No quería esta cosa cerca de mi mamá de ningún modo.
—Uno…
Aguanté la respiración y miré como la débil luz desaparecía casi.
—Dos…
El zumbido estaba a punto de hacerme gritar. Me salieron algunas lágrimas de los ojos. Solamente era una niña. Estaba acostumbrada al monstruo que me dejaba cantarle, no al que tomaba la forma de mi abuela y amenazaba con hablarle a mi mamá. Quería gritar, saltar y correr, pero no había forma de que pudiera escapar si lo hacía, lo sabía, muy dentro de mí.
—Tres…
La cortina de la regadera comenzó a moverse. Una cara se formó contra el patrón de flores. No tenía rasgos únicos. Pudo haberse tratado de mi abuela, pero también podía tratarse de mi papá o de mi maestro de química. El zumbido no subía ni bajaba, no cambió ni siquiera cuando la cosa estuvo prácticamente encima mío. El bulto parecía mirar directo hacia adelante, y mientras el bulto no se movió, la voz hizo eco en la tina.
—Ahora, ¿dónde se metió esa niña traviesa?
No pude soportarlo más. Se me salió un pequeño quejido. La cosa se congeló al instante, y yo estaba por completo segura de que todo había terminado. No tenía idea de lo que me iba a pasar, pero sabía que no era bueno. Había escuchado suficientes historias de Beau para ese momento como para saber que estas cosas no suelen jugar juegos ni cantar. El zumbido cesó. El bulto desapareció de la coritna y un momento después, escuchaba a la cosa arrastrarse lejos de la tina. Lo que remplazó al zumbido fue un silencio que me pareció tranquilizante.
Me quedé ahí por lo que pareció toda una vida antes de juntar el valor de asomarme un poco. Había una silueta en la puerta, alta. Una silueta que conocía.
—¿Beau? —dije en voz muy, muy baja. Mis labios temblaban. Moví la cortina y vi su rostro pálido, inclinado hacia mí, mirándome.
—Al parecer no gané. —dijo, pelando una sonrisa.
Quería golpearlo e insultarlo, pero no se me ocurría ninguna grosería. Se me ocurre una, ahora: Beau, pedazo de cabrón. Incluso entonces sabía que estaba ahí, esperando y probablemente divertidísimo, mientras la cosa con la voz de mi abuela me asustaba. No le dije nada, sólo le volteé la cara. Pareció notar que estaba molesto y se interpuso en mi camino fuera del baño.
—¿Aún no entiendes las reglas del juego? Siempre hay buscadores dispuestos a encontrarte Vox, pero sólo pueden encontrarte si tú quieres ser encontrada.
Di un salto cuando escuché la voz de mi abuela haciendo eco desde la cocina. Estaba llamándome para la cena.
—¿De verdad es ella?
Beau se encogió de hombros, o lo que pasaba por el ademán, viniendo de él.
Inflé las mejillas y reuní mi valor, dejando a Beau en el baño. Mi abuela estaba en la cocina, esperándome con algo para merendar. La abracé lo más fuerte que pude, y cuando me preguntó por qué estaba llorando, le dije que me había lastimado un pie al bajar las escaleras.
Lo admito, cuando Beau me llamó desde mi cuarto mientras yo me encontraba con mi abuela mirando la programación de novelas de la tarde y aburriéndome hasta la muerte, no me sentí demasiado feliz, pero me sorprendió un poco. Supuse que quería terminar con el juego.
—Ha dejado de llover. —insistió —Te toca buscar. Si dejamos el juego sin terminar, rompemos las reglas.
Alegué que la casa era una mejor alternativa y Beau me amenazó con dejarme sola con la cosa abueloide. Me dijo que sabía dónde encontrarla. Podría traerla aquí, a terminar cualquier asunto que tuviera pendiente. Contrarrestré con no cantarle más durante la semana. Ganó con el ofrecimiento de robar mi voz y tener todas las canciones que quisiera, para siempre. Terminé en la esquina. Conté hasta diez con molestia. Cuando me di la vuelta me sentía por completo segura de que Beau no se encontraría en la casa. Hasta ese momento, habíamos pasado demasiado tiempo dentro e incluso para Beau, el exterior era demasiada tentación. Le avisé a mi abuela que iba a salir al patio trasero.
La casa en la que vivíamos era la misma en la que mis padres habían vivido juntos. El antiguo cobertizo para herramientas de mi padre aún se encontraba en pie, en uno de los rincones del terreno, abandonado por años. Se me había prohibido jugar ahí. Nunca regresó por sus herramientas. Había toda clase de cosas y sustancias como pesticidas, goteando ahí dentro. Lo usual era que estuviera cerrado, pero ahora podía notar la puerta entreabierta. Me pregunté por qué Beau estaba intentando meterme en un problema, pero de cualquier forma terminé animándome a abrir la puerta.
—¿Beau? —susurré, asomando la cabeza, —no se supone que debamos estar aquí, me van a regañar.
Le di un vistazo al cuarto, intentando mirar un poco más allá de la podadora, de la mesa de trabajo y las luces de navidad, que junto a otras cosas formaban un collage típico de lo que cualquier familia suburbana almacena. Estaba en el rincón más lejano del pequeño cobertizo, detrás de un Santa de plástico y un viejo bote de basura: un bulto que no parecía corresponder con todo lo demás. Con un repique de triunfo, di un paso dentro, abriendo la puerta un poco más para que la luz llegara hasta el grumo de oscuridad en el rincón. Esta luz provocó un reflejo proveniente de una vieja sierra, colgando en uno de los muros y esa sierra fue lo que provocó que diera un paso fuera y cerrara la puerta de golpe.
Estaba en el reflejo difuso del metal de la sierra: una cara que, incluso distorsionada por la forma del material, no podía pertenecer a Beau; boquiabierta, de ojos oscuros y amplios. No sentí que la cosa me hubiera visto, pero no pensaba regresar para confirmarlo. Lo que había visto bien pudo ser el resultado de la combinación de algunas decoraciones botadas ahí también, justo como la cosa abueloide pudo haberse debido a mi imaginación hiperactiva, pero como Beau había dicho, ellos sólo podían atraparme si era eso lo que quería.
—¡Beau! —grité desde el patio —¡ya no juego!
Escuché su voz flotar desde detrás de un árbol.
—He matado por menos… de cualquier forma, no me habrías encontrado.
No quiero dejar la impresión de que estaba llevándome mi balón a casa, porque no creo que eso es lo que pasó aquí… pero tampoco tengo muy claro cómo explicar esto. Supongo que me siento como una invitada, soy yo la que está pidiendo ayuda y en realidad nadie tiene por qué leer mis historias tontas de la niñez, o descender a la esquizofrenia conmigo. Trato lo mejor que puedo.
Ya no recuerdo a qué iba con esto, lo que me asusta un poco, así que supongo que eso es todo. Ahora necesito dormir… regreso luego.